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Abusamos de la comunicación escrita, nos dice Patricia en su último artículo, y quizá es verdad, porque al escribir nos olvidamos de que las palabras no lo dicen todo.

Cuando nos comunicamos en directo no hablan sólo las palabras, habla el tono, el gesto, la mirada, y hasta la historia anterior compartida por el destinatario y el emisor del mensaje. Una misma frase y un mismo tono, con un mismo gesto, significa algo diferente para quien comparte la vida con nosotros, para un desconocido absoluto o para alguien con quien tenemos una mera relación profesional. Y eso del lado del emisor, porque luego está el destinatario, que tampoco escucha sólo palabras, ve el gesto, la sonrisa, escucha también el tono y lo entiende según su historia anterior con el emisor y según su estado anímico en el momento en el que recibe el mensaje. Y, tal como nos decía Patricia, es muy fácil liar alguna si escribimos un mensaje en ese estado de ánimo soliviantado que disfrutamos todos de vez en cuando y que suele ser (en unos más que en otros) algo pasajero.

Así que yo, si me pongo a pensar, y tengo todo esto en cuenta y considero que, además, yo he sido agraciada con un carácter intenso, que no siempre logro mantener a raya… lo mismo dejo de escribir.

Pero, por otro lado, en esta vida que nos hemos montado en la que hacemos tantas cosas y tenemos tan poco tiempo libre, las nuevas tecnologías nos permiten una comunicación que no requiere mucho tiempo y ni siquiera depende de que emisor y destinatario tengan ese tiempo libre al mismo tiempo. Porque, y supongo que mi vida no es nada original, mis horarios de tiempo libre no coinciden con los de la mayoría de mis allegados así que, si tuviera que estar pendiente de llamarlos por teléfono en un momento que fuera bueno para mí y para ellos, es probable que pasáramos meses sin tener ningún contacto. Pero ahora, si yo tengo tiempo, mando un correo, o un whatsapp y, cuando quien lo recibe tiene tiempo de contestarme, lo hace. No es una comunicación que sustituya a la verbal, a la presencia, a la cercanía o al achuchón (según grado de afecto), pero ayuda a mantener la relación.  Así que a mí me parece un buen sistema para mantener afectos, porque, aunque puedan surgir roces si algún día se escribe en caliente, es fácil la solución y es un riesgo asumible en comparación con las ventajas.

En las conversaciones escritas con desconocidos por temas profesionales, reclamaciones a compañías, sugerencias a hoteles, empresas y demás, salvo que seamos muy, muy brutos, el lenguaje suele ser bastante diplomático y aséptico, por lo que tampoco creo yo que el riesgo que se asume con la comunicación escrita sea muy alto.

Donde veo yo que es más fácil que haya problemas, y se asume un riesgo mayor, es cuando la comunicación es personal pero se produce con gente no muy cercana, gente a la que conocemos pero poco e igual de poco nos conoce ella a nosotros. Porque a los desconocidos los tratamos con distancia, y se evitan problemas, a los allegados con cercanía y, si hay problemas, los solucionamos con otros tipos de comunicación pero, en los conocidos no allegados, lo que transmitimos o recibimos se tamiza con la imagen que tenemos del otro, no el cómo es, sino el cómo nos parece. Una imagen que, en la mayoría de las ocasiones, y como ocurre en el cine… si tiene algún parecido con la realidad, es pura coincidencia.

Porque una cosa es lo que somos y otra lo que somos para los demás. Nuestra forma de ser y nuestra imagen no siempre coinciden. Y, a veces, hablas desde lo que eres y te entienden desde lo que pareces. Y se lía cada una…