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Como decía Patricia el viernes, todos protagonizamos un montón de historias cada día. Algunas son breves y duran sólo unas pocas horas o algunos minutos, otras son más largas y pueden durar meses, o años, o llegar a alcanzar toda una vida.

No siempre narramos a los demás las historias que nos ocurren pero todos conocemos historias desgraciadas que, oídas a sus protagonistas, no lo parecen tanto, o historias ordinarias que, narradas por según quién, parecen una tragedia griega. Cada narrador otorga a la narración su punto de vista y, aunque bien es verdad que hay veces que no podemos elegir historia, casi siempre podemos elegir el punto de vista.  Y es ahí donde ese efecto reflejo del que hablaba Patricia el viernes nos puede ser útil. Ese efecto que nos puede hacer capaces de ver elementos maravillosos y fantásticos en cosas que otras personas (que carecen de ese reflejo) sólo interpretan como cotidianas, anodinas, y previsibles. Yo creo que todos disponemos de ese efecto reflejo pero, también es verdad, que no todos lo practicamos.

Todos los oficios requieren su práctica y, para ese de narrar historias (incluidas las propias), la más común es la literatura (la grande y la de andar por casa), ese contar historias por escrito a diestro y siniestro. Escribir historias es oficio o afición para mucha gente, tanta que en el mundo editorial español se dice que es mayor el número de escritores que el de posibles lectores, y a pesar de que hay una parte de don, de habilidad, de capacidad innata, es indiscutible que hay otra parte grande de práctica. A todos los que nos gusta contar historias por escrito nos ha pasado que, tras un periodo sin hacerlo, nos cuesta encontrar temas, o quizá palabras concretas, o un punto de vista adecuado para la historia que queremos contar. En cambio, cuando el periodo “productivo” se alarga, la escritura suele ser más fácil.

 El año pasado un periódico español dedicó un reportaje a trasladar la pregunta “¿Por qué escribo?” a 50 escritores. Algunos de ellos contenían en su respuesta el verbo “entender”, en cuanto a entender el mundo o a entenderse a sí mismos. La escritura, el contar historias, les ayudaba a entender el mundo o a entenderse a sí mismos (otra vez el efecto reflejo del que hablaba Patricia). Otras veces la utilidad de ayudar a entender no se da en el escritor pero sí en alguno de los lectores.

Es posible que muchos escribamos por intentar entendernos o por intentar entender el mundo, pero la mayoría de las veces no identificamos una finalidad concreta, escribimos, y punto. Pero esa práctica que acumulamos en contar historias nos obliga a ver el mundo con ojos de narrador. Si uno quiere convertir su don en oficio necesita buscar inspiración en su entorno y, para ello, ha de mirarlo con otro punto de vista, con ese que busca detectar historias y obliga a fijarse en los pequeños detalles. Esos ojos de narrador, con el tiempo, y la práctica, perciben las historias que, quizá, ni los propios protagonistas ven. Y, claro, no están sólo las historias que son, sino también (volviendo a citar a Patricia y, en este caso, su Aristóteles) las que podrán ser. La mirada de escritor permite ver una historia en cualquier acontecimiento por pequeño que sea, en una conversación, en una sonrisa, en un paisaje, una foto o unos ojos. Hay millones de historias escondidas en nuestras vidas, unas esperan ocurrir pero todas, las ocurridas y las por ocurrir, esperan ser contadas.

La pasión por las historias suele englobar la narración y la escucha. A todo buen narrador le gusta escuchar, es más, es muy probable que ese brillo que aparece en los ojos cuando el escritor se deja llevar por la historia que fluye en su escritura sea el mismo que pueda detectarse también cuando, a la hora de escuchar, el sensor detecta una buena historia. Y lo que uno siente es algo así como ese hormigueo en el estómago que, de niños, sentíamos cuando un buen cuentista atrapaba nuestra atención y comenzaba con el… Érase una vez…

Ahora, de adultos, la mirada de escritor nos hace que haya ocasiones en las que al oír una conversación, vivir un acontecimiento, ver una foto, leer una noticia o mirar unos ojos nuestro estómago vuelva a hormiguear mientras nuestro cerebro escucha, muy bajito, aquél lejano… Érase una vez…