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Dos los espeleólogos muertos en Marruecos, 147 los estudiantes asesinados en Kenia, 150 pasajeros y tripulantes en el avión estrellado de Germanwings, 24 los últimos asesinados por Boko Haram, 25 muertos y 125 desaparecidos en las inundaciones en Chile, 26 fallecidos en accidentes de tráfico en lo que va de Semana Santa…

Para resumir una tragedia en un titular son imprescindibles los números, con ellos se conforman fácilmente titulares breves y contundentes, titulares fríos si no se acompañan de mayor descripción o de alguna foto (otra cosa es hasta qué punto se invade la intimidad de fallecidos y familiares dolientes con el afán de sobreinformar).

En estos días he leído algún artículo cuestionando el valor que se da a esos números en función de a quién pertenezcan, en particular según su nacionalidad o el color de su piel, y claro que es cuestionable que las vidas tengan distinto valor según su visibilidad o su cercanía a quienes elaboran la información. Y más cuestionable cuando la distinta atención parece a veces obedecer a modas o a la intención de que demos más o menos importancia a según que hechos, a según qué guerras o, lo que es peor, a según qué grupo terrorista.

Esa frialdad de los números sería relevante por su poder igualitario: a igual cantidad igual peso, a igual dígito igual importancia, pero el tamaño de la letra del titular, su colocación en según qué número de página o en qué posición dentro de ella, o el uso de algún adjetivo, rompen su equidad.

Además esa frialdad es la única opción que los lectores tenemos a veces para permanecer informados sin enloquecer. Nuestra mente puede sumar números fríos, día tras día, y dormir tranquila por la noche.

499 suman las cifras de mi primer párrafo, en una sencilla suma, 499. Pero, si en vez de sumar cifras hubiera de sumar vidas, una por una, como se suman las vidas, con su cara, su historia detrás y la relación de otras vidas, también una por una, a las que esa muerte duele… yo no sería capaz.

Ni yo ni muchos, quizá es esa la razón de usarlos, porque los números, esos símbolos sin corazón, nos permiten esconder nuestra cobardía.