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El otro día murió una mujer de 81 años. No podía pagar las facturas de la luz, así que su compañía eléctrica cortó el suministro. La mujer optó por iluminarse con velas, como antes. Hasta que una de ellas provocó un incendio. Y así terminó esta historia de pobreza. Desconozco la pensión que tenía, pero era insuficiente para pagar la renta de su alquiler, que compartía con una nieta, el agua, la luz y la comida.

La pensión más frecuente en España es de unos 600 euros mensuales, y el salario más frecuente de 16.490,80 euros, algo menos de 1.000 euros al mes en 14 pagas. ¿Con este dinero es posible vivir? Pues depende. Si los pensionistas en cuestión son un matrimonio con dos rentas y tienen su casa pagada, sí. Si solo hay uno y tiene que pagar un alquiler, muy difícilmente. En cuanto a los asalariados lo mismo. Si estamos hablando de un matrimonio en el que ambos trabajan y perciben el sueldo de moda y tienen uno o dos hijos, podrían a llegar a alquilar un piso modesto y pagar sus imprescindibles. Ahora bien, si solo trabaja uno de los dos, ha de pagar hipoteca o alquiler y mantener a una familia, es materialmente imposible.

El resultado de esta lectura es que con las pensiones y los salarios más frecuentes de este país es muy difícil poder acceder a los bienes de primera necesidad (vivienda, suministros y alimentación), dados sus precios actuales. Quiero decir con esto que no estamos hablando de un porcentaje marginal de personas que viven una situación de supervivencia límite, que estamos hablando de los sueldos más frecuentes. Me pregunto por qué no existe ningún pudor a la hora de que el estado intervenga variables como los salarios (congelación y contención salariales) pero sin embargo nadie esté dispuesto a intervenir en los precios de bienes de subsistencia. Me pregunto de qué demonios sirve tener una sanidad y una educación universales que garanticen que cualquier persona tenga acceso a ellas, si después las vamos a dejar morir de frío o de hambre.

Tímidamente se obligó a las compañías eléctricas a asumir el coste del bono social,  y denunciaron y ganaron al estado por ello, qué no harían si el estado fijase un precio máximo de venta de suministro por tramos de renta, por ejemplo. El único impuesto que no solo no ha aumentado sino que ha ido decreciendo en estos últimos años ha sido el impuesto sobre sociedades, que además es un impuesto sobre beneficios. Es decir, una empresa que tiene pérdidas no paga.

Y tal y como están las cosas, en los próximos años, en los que habrá que reducir el déficit, el gobierno solo se plantea hacerlo vía reducción del gasto público. Menos coberturas, que ya estamos suficientemente protegidos. Cualquier cosa con tal de no amenazar al poder empresarial y la filosofía del máximo beneficio, donde el beneficio no tiene un límite definido, y, por tanto, se le hace tender ad infinitum, y nos olvidamos de que estamos en un entorno de recursos limitados, y que lo que estamos acumulando por un lado implica, necesariamente, que por algún otro está menguando. Con todas las repercusiones humanas y ecológicas que esto ha conllevado y conlleva. Yo lo veo como la manta de la cama, si tú tiras mucho de tu lado, tu compañero se está quedando helado.

El capitalismo no funciona y debe ser reemplazado, porque el máximo beneficio, y porque su interpretación ad infinitum, es incompatible con la vida, por el sencillo motivo de que tenemos recursos limitados. Pero hasta ahora no hemos sido capaces de encontrar ningún sistema que funcione. El otro día leía una entrevista del sociólogo Bauman, que decía que «la antigua forma de hacer las cosas ya no funciona, pero aún no hemos encontrado la nueva forma de funcionar. Así que hay un vacío entre las reglas que ya no sirven y las que aún tenemos que imaginar

Bajo mi punto de vista, uno de los motivos fundamentales para que exista un estado, es que haya algún poder que dicte unas normas para equilibrar la forma en que se gestionan y distribuyen los recursos de un determinado territorio, posibilitando que todos los ciudadanos tengan acceso a unos mínimos de supervivencia, sin comprometer la sostenibilidad de los recursos.

En esa misma entrevista, el sociólogo expresaba «Hace un tiempo, los poderes políticos justificaban su razón de ser por su capacidad para protegernos colectivamente frente a las catástrofes individuales: caer enfermo, perder tu casa… Ahora, sin embargo, el poder político de los estados-nación se ve impotente ante las decisiones de los poderes económicos globales. Si el ministro más poderoso no puede garantizarte seguridad frente a los caprichos del destino, ¿cómo justifica su existencia?»